(Artículo publicado en el diario Cinco Días el 1 de febrero de 2019)

 

La carencia de una política industrial ha determinado la evolución del sector industrial manufacturero que, según los últimos datos disponibles de Eurostat 2016, supone el 14 por ciento del PIB en España, con un valor absoluto de 163.285 millones de euros.

Y, si bien es cierto que recientemente ha mejorado su aportación porcentual al PIB desde el 13,2 por ciento de media durante el período 2009-2012, no lo es menos que en 1980, representaba, según el INE,  el 26 por ciento del PIB con un valor absoluto de 41.366 millones de euros

Es decir que, mientras el valor de la producción, en esos años, se multiplicó por 7,33, la del sector manufacturero lo hizo por 3,94. Una diferencia que se da a pesar de que expertos y sociedad en general reconocen que la Industria es el sector con mayor estabilidad y mejores condiciones socio-laborales del conjunto de la economía.

El sector industrial está entre los que ofrecen los salarios más altos y cuenta con el mayor porcentaje de empleo estable. Igualmente, al sector industrial manufacturero se le reconoce mayor capacidad exportadora y mayor inversión en I+D+i   y en tecnología para la mejora medioambiental.

Además, el efecto arrastre del sector industrial con el resto de la economía es mayor que cualquier otro sector, ya que un incremento en el valor de la producción de un euro en la demanda final del sector manufacturero, conlleva un incremento de valor en el conjunto de la economía de 3,11 euros.

Siendo así, ¿es razonable que el valor total de la producción económica se haya multiplicado por 7,33 veces en los últimos 38 años y el valor del sector manufacturero solo por 3,94 veces?

A juicio de quién suscribe, no lo es. Lo deseable, para disfrutar y reforzar nuestro estado del bienestar, es hacer una apuesta decidida por potenciar el sector industrial, desde todos los ámbitos sociales y políticos.

Las causas del menor peso, en términos de PIB, del sector industrial, son varias. Entre ellas, los efectos de la globalización y la menor competitividad de nuestro sector productivo frente a países y áreas con menores costes, y, quizás, la falta de conciencia social y política sobre la importancia y las ventajas de un sector industrial potente.

Este hecho se manifiesta en los datos de crecimiento y riqueza nacional de algunos países de nuestro entorno, que compiten en las mismas áreas geográficas que nosotros y que han seguido políticas de refuerzo de su sector industrial, cuyo resultado es un mayor nivel económico y de bienestar que la media de nuestro país.

A nivel doméstico, basta observar cómo las Comunidades Autónomas con mayor arraigo y más fuerte apuesta por la Industria disfrutan de un nivel de renta mayor.

La conclusión es clara, para mantener y reforzar nuestro estado del bienestar es prioritario un Pacto de Estado por la Industria de todas las fuerzas políticas, que permita crear condiciones para potenciar el sector industrial.

Ese  pacto deberá centrarse en la educación en todos sus niveles, la legislación medioambiental, la competitividad energética, el desarrollo de las infraestructuras, la transformación digital, una fiscalidad razonable, etcétera.

Y todo ello para atraer inversión y proyectos industriales que puedan desarrollarse en un entorno adecuado y amigable. Lo contrario de lo que actualmente sucede que no es sino la salida de plantas industriales por no encontrar ese “ecosistema industrial” deseado.

Esas condiciones favorables deben fomentar la productividad del tejido industrial y con ella la competitividad de nuestra economía, imprescindible para competir con garantías en un mundo globalizado y en continua transformación.

La productividad se elevará como consecuencia de un proceso de mejora simultanea de diversos  aspectos fundamentales para la actividad industrial, pero, sin duda, el reto más importante, quizás también el más difícil, es cambiar las ideas sobre la Industria del conjunto de la sociedad.

Se trata de superar la creencia, bastante generalizada, de que vivimos una era postindustrial, de que la actividad manufacturera es algo del pasado o propio de áreas con menores costes, para tener la visión de un sector industrial de futuro.

Un sector, en proceso de transformación digital y, por tanto, inmerso en un cambio estructural, que seguirá siendo el vehículo de transformación de los avances tecnológicos en nuevos bienes y servicios para la sociedad,  y el responsable de diseñar y fabricar los equipos y la tecnología que permitirán a otros sectores su transición hacia una economía digitalizada.

Este cambio de mentalidad y filosofía social se debe dar en todos los ámbitos para, finalmente exigir a todas las fuerzas políticas que, a nivel estatal, autonómico y local, legislen de forma armonizada y respetando las exigencias medioambientales, sociales, laborales y de todo tipo para favorecer el desarrollo industrial manufacturero, atrayendo inversiones y proyectos

Ese cambio, como sucede en áreas geográficas como el centro y norte de Europa, permitiría mejorar y reforzar el “Estado del Bienestar” y ofrecer a las generaciones futuras una sociedad más próspera, segura y sostenible.

En definitiva, el sector industrial no debe ser ignorado como ha sucedido en los últimos años, ni puede considerarse algo viejo y arrinconado en el desván de la economía, sino que debe valorarse como un sector estratégico que, con el consenso necesario, permitirá afrontar el cambio de era que se está produciendo, casi sin darnos cuenta.

Sociedad y sector industrial deben reencontrarse. Esa es la esperanza de un presente y un futuro  mejores, en la medida en que podamos ofrecer a los jóvenes, empleos estables y de calidad, a los mayores un sistema de protección social digno y a la sociedad mejores condiciones de vida, todo ello más factible con un sector industrial muy potente.

 

José Miguel Guerrero Sedano – presidente de CONFEMETAL